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Dafne entró en la oscura habitación lentamente. Las lágrimas empezaban a brotar de sus ojos conforme iba avanzando al lecho donde se encontraba él sentado, ataviado solo con un subligar. Con andares pensados, se colocó delante de él y puso sus manos en sus hombros.
Cuando él empezó a echarse hacia atrás para acostarse, Dafne por fin rompió a llorar y al hacerlo sus manos apartaron los tirantes de su vestido de cama, que cayó al suelo. Sollozó suavemente pues no quería contrariarlo.
Él, al verla en ese estado, se levantó de la cama y la cogió de los hombros.
- ¿Por qué lloras, Dafne?
Entre sollozos ella consiguió articular:
- El esclavista me dijo que podría suceder esto. Mi dueño quizá algún día me tomaría pues estaría tan borracho que no distinguiría a sus esclavas domésticas de sus esclavas de cama y yo debo ser sumisa, aunque me obligara a....realizar cosas.
El llanto la dominó de nuevo.
- ¿Qué cosas te dijo, Dafne?
- Prácticas humillantes y .... dolorosas- apenas pudo decir
La figura voluptuosa chica se podía ver gracias a la luz de la luna, dando a entender la morbidez de sus pechos, aunque no dejaba ver más. Él suspiró y se agachó. Encontró los tirantes de su vestido y con cuidado se lo volvió a poner desde abajo. Posó sus manos sobre sus mejillas, sujetando suavemente su rostro. Usando su cálida voz dijo:
- Dafne, cuando te dije que deseaba que vinieras esta noche a mi habitación no me refería a tomarte ni nada parecido.
El llanto de la casi niña griega se calmó poco a poco.
- Solo quería que durmieras conmigo, a mi lado. Sin ningún temor. Que me hicieras compañía en la noche. Nada más.
- ¿Solo eso?
- Solo. Así que seca esas lágrimas, por favor. Y perdóname por haberte hecho llorar.
Le dio un beso en la redonda mejilla y se acostó en la cama. Dafne, algo insegura tras las torturas psicológicas del esclavista, se subió a la cama. Sin saber muy bien porqué y sorprendiendo al joven poeta, puso su cabeza en el pecho del chico y se acurrucó hacia él, todavía con temblores.
Al ver el gesto de ella, pasó pausadamente su mano por la cintura de Dafne, abrazándola. Mientras su mano la rodeaba, ella pensó con miedo que pronto la mano ascendería hacia su pecho, que él la habría engañado. Pero la mano se quedó en la cintura y la estrechó más fuerte.
- Duerme, amada de Apolo. Descansa por fin.
Le besó la frente y los temblores y sollozos fueron menguando hasta que desaparecieron. Él no podía dormir, sentía la calidez de ella, toda su morbidez. Pronto, la respiración antes agitada de ella se calmó y fue más tranquila, señal que no solo estaba en los brazos del poeta, sino también en los de Morfeo.
La noche pasó y él no concilió el sueño pues había estado pensado en la aterrorizada e inocente personita que yacía a su lado, plácidamente.
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