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Cuando ella dirigió su mirada hacia la cesta con la ropa y pensaba en las indicaciones que le había dado para ir al arroyo, él cogió la cesta para sorpresa de ella.
- Vamos-dijo él. Le tendió a ella la bolsa que llevaba en la mano. Apenas pesaba.
- Pero...¿no vas a quedarte escribiendo?- preguntó una cada vez más extraña Dafne, poco acostumbrada a que le ayudaran.
- ¿Escribiendo? ¿Con el buen día que hace y pudiendo pasear contigo? Además, aún me falta explicarte algo- respondió él con tono alegre.
- Perdón, como gustes.- Dafne no se había liberado del miedo que la atenazaba desde que la pusieron a la venta y menos con este extraño amo.
Él lanzó otro de sus característicos suspiros. Empezó a caminar tranquilamente por el pequeño camino que conducía al arroyo. Dafne también echó a andar.
No hacía mucho calor. Los rayos de Sol eran agradables y corría una ligera brisa que acariciaba sus rostros y hacía ondear el cabello de Dafne mientras hacía que la ropa marcara la figura llena de ella.
Ella, sin darse cuenta, pronto acentuó su distancia con él. Caminaba como si alguien le persiguiera para hacerle algún mal. Caminaba como una persona que temía las represalias de otra por no haberse dado prisa en su cometido. Él aceleró el paso hasta ella y puso su mano en su hombro.
- Dafne, ¿por qué corres? Tenemos todo el día para nosotros. Relájate y disfruta del paisaje.
Un campo verde se extendía a sus lados y en el horizonte, donde avistaba unos pocos árboles, no muy altos.. Se podía escuchar el canto de los pájaros que volaban encima de sus cabezas, ejemplificando la armonía.
- Lo siento mucho, no....no me di cuenta. Siempre me han exigido que hiciera las cosas rápidamente- se disculpó ella. Otra vez volvió el miedo a su cuerpo.
- Respira hondo y cálmate. No hay ninguna prisa.
Siguieron su camino. Dafne a veces hacía amagos de acelerar el paso pero conseguía contener ese movimiento reflejo adquirido tras tantos años de látigos y varas. En su cabeza le martilleaba las palabras del joven: "Tenemos todo el día para nosotros". Intentaba no pensar en ello pues solo conseguía incrementar su terror. No conocía las intenciones de este amo tan peculiar. Puede que solo se estuviera mofando de ella, como otras tantas personas antes que él, antes de hacerle daño. De repente, un detalle despertó sus recelos.
- ¿No nos llevamos orinal?- dijo con voz cargada de miedo.
- No vamos a lavar con orina. Vamos a lavar con jabón.- dijo con tono afable mientras tocaba la bolsa que ella llevaba.
-¿Jabón?
-Sí, es un producto que me enseñó un comerciante fenicio en la ciudad. Sirve para limpiar la ropa y debo confesarte que últimamente lo uso al bañarme. Es más rápido que los aceites. Pero guárdame el secreto- le dedicó una sonrisa bonachona.
Por fin llegaron al arroyo. Se colocaron a la izquierda de cuatro árboles, sus únicos compañeros. Se sentaron sin mediar palabra en una piedra más o menos plana y comenzaron a sacar la ropa de la cesta. Una a una, fueron mojando toda la ropa. Él sacó de la bolsa una fina tabla de madera. La colocó en el suelo y acto seguido su mano se fue otra vez a la bolsa para coger dos piedras...o eso parecían. Le dio una a Dafne.
- Toma, esto es jabón. Restriégalo en la ropa mojada con la tabla.
Para que ella lo viera, comenzó a hacerlo él. Aclaró la túnica. Dafne, tras verlo, empezó a usar el jabón. Sus manos se llenaron de espuma y la curiosidad despertó en esos ojos color miel. Al poco rato, cogió ritmo y en poco tiempo terminaron. Él tuvo el detalle de no hacerle limpiar su subligar.
- Qué suaves me ha dejado las manos- dijo suavemente ella, maravillada con esa especie de piedra.
Él, le cogió la mano y se la acarició. Sí, suavidad. Se llevó la mano de la chica a su rostro, para sentirla. Cerró los ojos. La calidez de su mano le hizo perder la noción del tiempo.
Estuvo un buen rato así, hasta que se le soltó la mano delicadamente. Dafne no tuvo miedo esa vez.
-Bien, pongámonos en marcha, amada de Apolo. Ahora vamos a disfrutar un poco.
Dafne no pudo evitar que aflorasen sus recelos levemente.
Él con la cesta y ella con la bolsa, deshicieron el camino. Pero, no había dado muchos pasos cuando él la tomó de la mano y se salieron del camino. El corazón de Dafne se aceleró.
Se paró no muy lejos del camino, en una zona plana, iluminada por el sol. Dejó el cesto con la ropa húmeda a un lado, donde recibía los rayos de Sol. Agarró la bolsa que llevaba Dafne y sacó una amplia tela. La depositó en el suelo e ipso facto se quitó la túnica, quedándose en subligar. Dafne se quedó paralizada. Había llegado su hora.
Él se tumbó en la tela, boca arriba.
- Ven, Dafne. El sol aún no quema pero calienta el cuerpo. Podemos estar un ratito aquí, tranquilamente.
El cerebro de Dafne no se relajó pero sí su corazón, por algún extraño motivo. Yació junto a él, muy quieta.
- Perdóname por no haberte conseguido un strophium ni un subligar. Mañana te conseguiré algo para que te puedas quitar la túnica y sientas los rayos de Sol. Ahora, disfrutemos. Cierra los ojos y duerme si quieres. Ya te despertaré cuando sea la hora.
Echó un último vistazo a la chica, que parecía más tranquila. Sus formas femeninas se adivinaban bajo la ropa. Él cogió su mano y se la estrechó.
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