Este es un fragmento de mi proyecto literario sobre la lucha de clases investigada por un poeta durante la época de la Segunda Guerra Civil Romana (49-45 a.c), que correspondería a la primera parte del libro.
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(Ya en la villa)
-¿Cómo te llamas?- preguntó él con voz indiferente y una máscara por rostro.
Una sombra de miedo pasó por su aniñada y mal disimulada cara asustada.
-Como mi amo quiera, domine (NOTA: Domine = amo)- respondió como programada para decirlo, con la mirada clavada en sus estropeadas sandalias.
Él se quedó pensativo un instante.
- ¿Quién te ha enseñado eso?.
- Mi anterior dueño, domine.
- ¿Tu dueño?
- Sí, domine, el esclavista era mi dueño hasta que domine, mi nuevo dueño, me compró.
Ella temió haberle ofendido.
- Entonces dime, ¿recuerdas el caballo en el que montaste para venir hasta aquí?
- Claro, domine.
- ¿Sabrías decirme quién es el dueño del caballo?
- Es domine.
- Por lo tanto, si yo soy tu dueño y también lo soy del caballo. ¿Eres tú como un caballo u otra de mis propiedades, como esa silla que está a tu lado?.
Ella, con voz cada vez más temblorosa, contestó:
-Yo.. yo soy de domine. Domine puede usarme como desee, igual que el caballo.
Él suspiró.
- ¿Me dirás tu nombre?
Volvió la sombra de miedo a sus facciones.
- No lo recuerdo, domine. El esclavista a veces nos preguntaba nuestros nombres y si se lo decíamos, nos golpeaba con su vara. Aprendimos a olvidarlos.
Él se sorprendió de la fluidez del latín de la chica griega, a pesar de su rudimentario y corto aprendizaje.
- Y ¿cómo te llamaba él?
- Cuando me pusieron en el grupo de las esclavas domésticas, para reírse de mí, me llamó Dafne. Las esclavas de cama, para complacerlo también me llamaron así.
Reflexionó durante un momento.
- Bien...sí, es adecuado.
Él le dio la espalda y su voz se tornó fría.
- Como tú dices, Dafne, eres mía. Y como seguramente te dijo tu esclavista, debes cumplir mis deseos y seguir mis normas. Para empezar....
Se giró y su voz pasó a otro extremo, al de la calidez y la amabilidad.
- ... no quiero que me llames domine salvo cuando tenga alguna de mis escasas visitas. Llámame por mi nombre. Yo te llamaré Dafne y no encontrarás burla alguna cuando te llame así. De las pocas tareas domésticas hablaremos más tarde. Por último...
Se dirigió hacia Dafne y con delicadez le tomó la barbilla para que alzara el rostro, gesto que la aturdió pues ella no había sido tratada con tanta suavidad por el esclavista, acostumbrado a la brusquedad. Él clavó sus ojos verdosos en las redondeces infantiles de su cara y le susurró:
- Mírame siempre a los ojos.
Ella levantó sus caídos y tristes ojos color de miel y vio el rostro joven, casi de adolescente, y sereno de él. Él le dedicó una sonrisa
- Tus ojos son demasiado bonitos como para escondérselos al mundo.
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